Monumento a Francesc Macià, plaça Catalunya
Bautizarla escalera al cielo parecía una obviedad, y sin embargo es lo que era. En una ocasión conocí a su arquitecto, el Sr. L.
Bautizarla escalera al cielo parecía una obviedad, y sin embargo es lo que era. En una ocasión conocí a su arquitecto, el Sr. L.
Años antes de comenzar la construcción, L. me habló de su proyecto, garabateado en la servilleta de un bar. Le dije que a mi me gustaba la idea pero que no creía que encontrara quién la financiase.
-"Una escalera que no lleva a ningún lado es difícil de vender" - le dije.
-"La clave no es el adonde sino el qué"-contestó L., pausadamente, como meditando las palabras precisas - "De todos modos la nada es mejor que muchos lugares."
Me lo volví a encontrar muchos años más tarde. Lo reconocí enseguida, sentado en el banco de una plaza. Le pregunté por su proyecto. Me contó entonces como tras años de buscar inversores infructuosamente, decidió finalmente invertir dinero propio ahorrado y pedir préstamos. "Me decían que no fuera idiota, pero yo estaba obsesionado" - explicó. El proyecto era colosal y de amplia complejidad técnica, pero L. era un profesional muy capaz y durante las primeras semanas el proyecto avanzaba a paso firme.
Al tiempo comenzaron a sucederse los inconvenientes, primero menores, luego cada vez más grandes. Retrasos caprichosos, lluvias torrenciales, conflictos gremiales, debacle financiera. Con mirada sombría rememoró el colapso y la interrupción de las obras. "A pesar de todos mis esfuerzos fue definitiva. Me sumí en una gran depresión " - explicaba - "Prácticamente no comía, deje de hablar con la gente, perdí la noción del tiempo. Jamás había estado tan mal"
"Pasaron algunos meses, no se cuánto, vivía como en letargo" - continuó - "hasta que un día hace no mucho, casi sin quererlo, me encontré nuevamente en el lugar de las obras. A pesar de mi amargura, cuando vi mi escalera en su majestuosidad inacabada despertó en mí una pequeña chispa. Empecé a apreciarla tal como estaba. En mi obsesión y desesperación no había notado que tal como estaba era mucho mejor que la obra colosal que había planificado. Me dije inicialmente que no me autoengañanara, pero con el tiempo comprendí que efectivamente era así, y que era mi mejor trabajo. Entonces recuperé la alegría".
Con mi falta de tacto habitual, no pude evitar preguntarle si no le preocupaba que de esa forma su obra difícilmente se hiciera conocida o fuera apreciada "Si algún día ocurre estaría muy bien " - contestó - "pero la verdad, no me preocupa tanto. Lo importante es que está ahí y qué quedó perfecta como está."
Un tipo peculiar, el arquitecto L.
-"Una escalera que no lleva a ningún lado es difícil de vender" - le dije.
-"La clave no es el adonde sino el qué"-contestó L., pausadamente, como meditando las palabras precisas - "De todos modos la nada es mejor que muchos lugares."
Me lo volví a encontrar muchos años más tarde. Lo reconocí enseguida, sentado en el banco de una plaza. Le pregunté por su proyecto. Me contó entonces como tras años de buscar inversores infructuosamente, decidió finalmente invertir dinero propio ahorrado y pedir préstamos. "Me decían que no fuera idiota, pero yo estaba obsesionado" - explicó. El proyecto era colosal y de amplia complejidad técnica, pero L. era un profesional muy capaz y durante las primeras semanas el proyecto avanzaba a paso firme.
Al tiempo comenzaron a sucederse los inconvenientes, primero menores, luego cada vez más grandes. Retrasos caprichosos, lluvias torrenciales, conflictos gremiales, debacle financiera. Con mirada sombría rememoró el colapso y la interrupción de las obras. "A pesar de todos mis esfuerzos fue definitiva. Me sumí en una gran depresión " - explicaba - "Prácticamente no comía, deje de hablar con la gente, perdí la noción del tiempo. Jamás había estado tan mal"
"Pasaron algunos meses, no se cuánto, vivía como en letargo" - continuó - "hasta que un día hace no mucho, casi sin quererlo, me encontré nuevamente en el lugar de las obras. A pesar de mi amargura, cuando vi mi escalera en su majestuosidad inacabada despertó en mí una pequeña chispa. Empecé a apreciarla tal como estaba. En mi obsesión y desesperación no había notado que tal como estaba era mucho mejor que la obra colosal que había planificado. Me dije inicialmente que no me autoengañanara, pero con el tiempo comprendí que efectivamente era así, y que era mi mejor trabajo. Entonces recuperé la alegría".
Con mi falta de tacto habitual, no pude evitar preguntarle si no le preocupaba que de esa forma su obra difícilmente se hiciera conocida o fuera apreciada "Si algún día ocurre estaría muy bien " - contestó - "pero la verdad, no me preocupa tanto. Lo importante es que está ahí y qué quedó perfecta como está."
Un tipo peculiar, el arquitecto L.
6 comentarios:
Sos un grande!!!! Lindo cuento; espero más.
Neni, sos un artista!!! :) Es un cuentito estilo macanudo. Te amo.
Perdón? El texto es tuyo???? Me quedé esperando ver el nombre del autor al final, pensé que te había gustado y lo habías copiado para tus lectores. Ahora mismo lo releo. Besos admirativos.
¡WOW! Nachil, ignoraba tus dotes de escritor. Realmente me quedé astonished con tu maravilloso relato. Coinicido con Nuri, aunque mientras leía me imaginaba ilustraciones de Tute o Caloi (bueno, hijo y padre, respectivamente)
¡FELICITACIONES TOTALES!
Que lindo también!
Sabés que yo también nombro a muchos de mis personajes con sólo una inicial? Me hizo mucha gracia ver que vos también lo haces.
El cuento me gustó mucho, es como tierno.
Bueno, me gustó leerte, creía que ya había estado por todas partes en tu blog y veo que no!!!
Uffff, si ponía un también más ganaba el premio mayor a la redundancia... otra vez será :-P
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